«Broma» a control remoto.

El joven comenzó su relato:
Había llegado de la universidad cuando estaba a punto de anochecer. Me di cuenta de que estaba solo en casa.
Al momento de abrir la puerta de mi dormitorio y activar la luz, vi en medio de la ventana la presencia de una enorme y oscura araña de 1 metro de largo.
Tras el momento de horror, recordé que mis dos hermanos sabían de mi fobia a los arácnidos y me colocaban arañas de plástico en medio de mi ropa, entre mis libros y otros lugares.
Pero esta nueva araña era impresionante.
¡Buena broma hermanos! —exclamé sabiendo que no había nadie—, pero esto ya se terminó.
De pronto, la araña abrió sus ojos. No eran ocho, sino solamente dos ojos, fieros, de color rojo encendido. A medida que el rojo de sus ojos aumentaba en intensidad, los colmillos se agitaban cada vez más y una antena misteriosa apareció sobre su cabeza, emitiendo una luz blanca de manera intermitente.
Pensé “¿Una araña mecánica guiada a control remoto? ¿Cuánto dinero gastaron mis hermanos en eso?”
Aquella criatura dio un enorme salto hacia donde estaba, no sé cómo lo hice, pero la esquivé y empecé a correr por la casa sin poder gritar mientras escuchaba detrás de mí el agitar de sus ocho patas persiguiéndome con un sonido ensordecedor.
Por instinto, tomé un cenicero de la mesa del té y lo lancé directamente a su cabeza. El cenicero se rompió, la araña sacudió su cabeza y sus patas desfallecieron por unos momentos. Aproveché ese instante para saltar sobre ella y buscar cualquier cosa que me ayudara a defenderme.
Así, mientras la araña me perseguía por todos los rincones, le lancé los mejores platos de la cocina, los libros más pesados de la biblioteca, los utensilios del baño, el equipo de radio de mis padres, todo lo que fuera grande y pesado. No me explico cómo logré obtener toda esa fuerza para lanzarle a ese monstruo los objetos más pesados que encontré.
Al fin llegamos de regreso a mi dormitorio, donde tropecé en la entrada cayendo al suelo. Mi brazo derecho alcanzó el borde la manta de mi cama en el momento que sentí los ocho pasos detenerse detrás de mí.
Me volteé a mirar. La araña se tomó su tiempo para subir por mis temblorosas piernas, cuando llegó a mi cintura ya estaba totalmente sudando en frío, sin poder parar de temblar. Ella me miró a los ojos y vi que disfrutaba de verme aterrado.
Fue entonces cuando me di cuenta que mi mano derecha había tomado la manta y la estaba atrayendo lentamente hacia mí. Con un rápido movimiento tiré la frazada encima de la araña, le hice un giro para envolverla y la tiré en una esquina de mi dormitorio.
De inmediato me percaté de que tenía la escoba del aseo detrás de mí, la tomé y agarré a escobazo limpio el revoltijo hasta que no pudo moverse más.
Tiré la escoba y me senté en el suelo. Momentos más tarde, mis dos hermanos habían llegado y tras unos momentos, entraron a mi dormitorio. Los miré enfurecido.
Linda broma me hicieron —les reclamé.
¿De qué hablas? —me preguntan ellos mientras me miran extrañados.
De esto —grité mientras les mostraba el revoltijo—, ¿Qué es eso?
Mis hermanos lo revisaron y entre ambos estiraron la manta frente a mis ojos.
No había nada. Quise decir algo cuando sentí que se aseguraban las cerraduras de las puertas y ventanas.
Lo último que recuerdo fue el ritmo de muchos pasos ensordecedores multiplicados docenas de veces.
El joven terminó su relato y el silencio reinó en el lugar. Tras unos instantes el joven preguntó:
—Señor médium, ¿Necesita algo más de mi o mis hermanos?
El oyente niega con la cabeza.
—Gracias por su historia jóvenes, es hora de regresar. —fue la respuesta del hombre a los tres jóvenes fantasmas que estaban en su presencia.
Las apariciones se convirtieron en pequeñas luciérnagas de luz que revolotearon hasta entrar dentro de un frasco de vidrio. El hombre selló el frasco con una tapa de metal pintada de blanco y a continuación, con un plumón negro escribió en dicha tapa el número 379.
Luego él se dirigió a una enorme alacena llena de frascos idénticos, todos llenos con luciérnagas. Al lado del número 378 colocó el último recipiente.
Minutos más tarde, el hombre salió de la cocina sosteniendo una taza de café en su mano derecha. Se dirige a la sala de estar, donde se sienta en su sillón preferido al lado del fuego encendido en la chimenea. Momentos después, su mascota se subió por sus piernas y se recostó en su regazo. El médium acarició a su criatura del mismo modo que una persona le diera afecto a un gato o un perro, al punto que los ojos rojos de la mascota se entrecerraron y sus ocho patas se estiraron de felicidad.

Al final, el hombre se acerca a la araña y le susurra.
Bien hecho, Colector de Almas. Ahora, a descansar, porque en Halloween volverás a cazar.

Publicado en Relatos

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